domingo, 6 de junio de 2010

Todo es vacío que conduce a la nada, todo pesadilla de la que nunca despiertas. Buscas, no encuentras, te hundes, lloras, te pierde, sufres, en un mundo en el que solo habitan... locura, amargura y desesperación, en pozos profundos, en agujeros oscuros. No hay salida, no hay fin, no existe, estás condenado a sufrir...
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Solo, solo, para las lágrimas todas reunidas, para una eternidad de manos muertas y ojos podridos, solo en una cueva de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre por una eternidad maldita y sola. Como el agudo espanto o el dolor se consumen, ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y maldito seas, solo y despierto seas entre todos los muertos, y que la sangre caiga en ti como la lluvia, y que un agonizante río de ojos te resbale y recorra mirándote sin termino.

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Estábamos rodeados por cosas que no logro explicar distintamente; cosas materiales y espirituales, la pesadez de la atmósfera, un sentimiento de sofocación, de ansiedad; y por, sobre todo, ese terrible estado de la existencia que seres nerviosos cuando los sentidos están agudamente vivos y despiertos, mientras las facultades yacen amodorradas. Un peso muerto nos agobiaba. Caía sobre los cuerpos, los muebles, los vasos en que bebíamos; todo lo que nos rodeaba cedía a la depresión y se hundía.

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Cada cual su historia, cada historia un mundo, cada mundo una persona.